«Incansable buscador de la belleza en ajedrez» y «amante incurable» de nuestro juego, según Leontxo García. «Ajedrecista multidimensional», diríamos ahora. En todo caso, la vida de René Mayer Schwartz no se puede contar sin que aparezca el ajedrez por todos lados
El autor de esta entrevista quiere agradecer las aportaciones documentales de Fernando Visier, Juan Carlos Sanz, Mariano García Díez, Olaf Calderón y Jesús Seoane, así como del propio René.
Todos los ajedrecistas españoles de cierta edad conocen a René Mayer Schwartz, o simplemente René (Saint Germain en Laye, cerca de París, 1947). Lo han visto jugar en docenas de torneos, han leído sus artículos en revistas especializadas, han hojeado sus libros de estudios y problemas y se han reído con sus chistes.
(Por su longitud, esta entrevista ha sido recortada. Quien quiera leerla completa, junto con algunos apuntes biográficos e históricos de los personajes y lugares que se mencionan en ella, puede descargarse el documento en este enlace.)
Primera etapa madrileña (1956-1965)
(Entre los 9 y los 18 años, René vive en España con su familia.)
Fue en aquella etapa cuando conociste el ajedrez. ¿Cómo fue?
Yo vivía en Guzmán el Bueno y había un paso colindante a la casa de unos vecinos que vivían en Alberto Aguilera. El padre de esa familia era aficionado al ajedrez. Estaba postrado en la cama las 24 horas del día, porque tenía una enfermedad; hacía sus negocios por teléfono. Algunas noches yo iba allí y empecé a disputar partidas de ajedrez con él. Era el típico jugador sin muchos conocimientos, pero muy astuto. Y me enganchaba, me enganchaba.
Te picaste y empezaste a estudiar.
Aquel verano fuimos a Israel a ver a mi hermana y a mi hermano, que se habían instalado allí poco antes. Había una huelga de aviones y tuvimos que ir en barco desde Marsella; y en el barco también jugué al ajedrez con algunos pasajeros. A la vuelta decidí apuntarme a un club.
«Los jugadores entonces eran seres humanos, polifacéticos, que en sus ratos libres jugaban al ajedrez»
René Mayer
¿Allí conociste a Lamarca?
Sí, nos hicimos muy amigos, porque él vivía en Andrés Mellado, en Argüelles, éramos casi vecinos. Le compré algunos libros y él me presentó a Ramón Rey Ardid, con el que trabé una relación muy bonita, porque me adoptó como su hijo. Cuando yo pasaba por Zaragoza, Rey Ardid siempre me invitaba a su casa. Incluso conoció a mi padre y hablaban en alemán (mi padre era de origen alemán).
Paréntesis universitario y algo más (1965-1973)
(Entre 1965 y 1973, René se aleja de nuestro país, pero no del ajedrez.)
Estudiaste en la Escuela de Comercio de París. ¿Dónde jugabas al ajedrez allí?
Jugaba en el Club Caïssa, el mejor de París. Estaba en la Plaza de la República, en el primer piso de un bar. En París había un ambiente muy bohemio. La vida ajedrecística estaba centrada en clubes y cafés. Yo iba muchas noches a Le Tournon, justo al lado de los Jardines de Luxemburgo.
En París conocí a Manuel de Agustín. Era periodista de Radio Nacional, tenía un viejo Mercedes y me llevaba a casa porque vivía muy cerca. Era muy peculiar, un conservador políticamente, franquista, pero una persona muy generosa, el típico hombre bueno. Me contaba que albergó a muchos judíos en París. Le gustaba sacrificar peones; tenía la teoría de que donde no hay peones pasan más fácilmente las piezas.
También conociste a Fernando Arrabal…
Sí, le gustaba mucho jugar, aunque es la persona más extraña que he conocido. Jugamos un torneo que era temático del gambito Schliemann en la Española, con f5. Recuerdo haber jugado con él, tenía blancas y preparó una variante perdedora o muy mala. Como jugador no era muy fuerte.
Y desde Francia empiezas a colaborar en revistas especializadas. Le mandas cosas a Ricardo Lamarca.
Sí, Ricardo me pidió que le enviara noticias. Yo le mandaba algunas partidas del campeonato de París.
Era mayo del 68.
Toda esa rebelión juvenil me interesaba, pero la veía como un estallido pasajero. No me afectaba directamente, no me sentía muy concernido. En ese mismo año, asistí a otro hecho histórico. Viajando con mi primo de París por Europa del Este, el 20 de agosto llegamos a la capital checa, donde nos pilló la entrada de los tanques soviéticos que venían a reprimir la primavera de Praga.
«¿Compensa el progreso técnico cuando en el camino se van dejando valores importantes? A mí, menos progreso y más humanidad me habría gustado más»
René Mayer
El año que pasaste en Nueva York, ¿jugaste al ajedrez?
Sí, terminé los estudios en el 69 y me fui a Nueva York a principios del 70. Trabajé en una empresa de importación y exportación de un amigo de mi padre. Me ocupaba del departamento de devoluciones y quejas, y trataba con la mafia puertorriqueña. Hablaba mucho en español. Después del trabajo iba al Greenwich Village. Allí había un café, el Olive Tree, en el que se jugaba al ajedrez. Se organizaban torneos y los premios eran hamburguesas y cosas así. Me gustaba mucho ir allí, pero claro, yo trabajaba temprano y solamente iba los fines de semana.
¿Había mucha vidilla por el efecto Fischer?
Sí, había buena afición, aunque Fischer todavía no era campeón. Se jugaba en el famoso Manhattan Chess Club, y en el Central Park había mesas. En la película ‘Atraco Perfecto’ (The Killing), de Kubrick, que también jugaba al ajedrez, aparece ese club.
(Efectivamente, Stanley Kubrick jugaba al ajedrez, pero esa escena no se rodó en el Manhattan Chess Club. Quien quiera saber más sobre esto, también puede consultar el documento adjunto.)
Al final de mi estancia en Nueva York me fui en autostop a México. Allí jugué también al ajedrez. Estuve dos o tres semanas en el Distrito Federal. Cerca de Correos, en la calle Tacuba, había un antro en el que se jugaba. Después me llamaron para hacer el servicio militar en Francia.
¿Ahí también te dejaban jugar?
En el regimiento donde yo estaba no había aficionados, pero ahí planifiqué mi viaje largo a Suramérica.
¿Te fuiste en avión a Las Antillas?
Sí, salí con nieve de Luxemburgo y a las 10 horas estaba aterrizando en la isla de Barbados, con calor tropical. En el avión conocí a un francés llamado Jean Pierre, que era bretón y se hizo amigo mío. Compartimos 8 o 9 meses de viaje.
(En total, el periplo de René duró un año y medio. Empezó en Barbados y terminó en Argentina, pasando por Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile.)
¿Cómo financiaste un viaje tan largo? ¿Con tus ahorros?
Sí, con los ahorros de Estados Unidos. Comíamos en mercados, hacíamos autostop. Vivíamos muy frugalmente, no era muy caro.
Un ejecutivo a la fuga (1973-1975)
Y después de tantos meses de vida vagabunda, te vienes a España y empiezas a trabajar de ejecutivo en una multinacional. ¿Cómo era eso de estar a sueldo del capitalismo después de pasar por la Chile de Allende?
De algo hay que vivir, aunque yo era muy contestatario y no me tragaba la ideología dominante. Son las contradicciones de la vida. Me gustaba el trabajo, pero yo veía que no iba a vivir de ejecutivo mucho tiempo. Estaba acostumbrado a tener mis vacaciones escolares y me gustaba disponer del verano para jugar torneos. Tampoco me gustaba trabajar en una empresa así, ir con corbata, incluso en julio y agosto. En un par de años me di de baja y empecé a viajar.
Durante esos dos años en Madrid te dio tiempo de jugar y observar ajedrez de nivel, porque a finales de 1973 se jugó el Torneo Internacional de Madrid, con Karpov como principal estrella.
Sí, ahí se me ve mano a mano con Kaplan. Estaban Karpov, Portisch, Hort… Se jugaba en el Hotel Continental y era fácil colarse en la sala de análisis. No había mucha gente y no había normas tan estrictas.
Como decías, finalmente te diste de baja del trabajo y te fuiste a Argelia.
Sí, estuve primero en Mallorca, jugando el Open de Ca’n Picafort. De allí fui en barco a Argelia, a ver a un amigo que conocí en Chile. Contraje una hepatitis y tuve que volver a España; estuve en cama un mes y pico. Durante la convalecencia, me fui a vivir a la costa oeste de Gran Canaria, a un pueblito que se llama Agaete. Alquilé una casa sin electricidad y estuve allí siete meses.
Eso fue en 1976. En ese tiempo trabaste amistad con un jugador muy importante.
Sí, me presentaron a Larsen, que vivía en Las Palmas, trabajé con él un tiempo. Un hombre muy simpático, muy majo. Entonces me propusieron colaborar con la revista ‘Ajedrez 6000’.
Madrileño a todos los efectos (desde 1976)
Después, de vuelta a Madrid…
Me pasó algo curioso. Yo había decidido dejar el mundo empresarial y un día estaba jugando con Gil Reguera en la Plaza Mayor. De pronto, llega un señor que había jugado el torneo de Ca’n Picafort, me había visto allí y me dijo: «¿Tú eres René Mayer?». «Sí, sí». «¿Qué haces ahora?». «Estoy buscando trabajo como profesor de idiomas, para dar clases de inglés o francés». «Precisamente tengo una academia y estoy buscando profesores». Así empecé a trabajar en esa academia. Después, me afiancé con clases particulares, tenía una moto, iba de un lugar a otro… Logré vivir bastante bien.
Después de tantos movimientos por el mundo, por fin te estableces en Madrid definitivamente, aunque no has dejado de viajar. Lincoln Maiztegui escribió de ti: «Nacido en Francia, madrileño a todos los efectos».
Sí, claro, eres de donde vives. Yo de joven tenía un problema de identidad clarísimo. Poco a poco me fui asentando y me di cuenta de que Madrid era una ciudad muy buena, en la que tenía amigos, la vida era agradable.
Háblanos de Lincoln.
Con Lincoln Maiztegui también tuve una relación muy buena. Se picaba mucho. En mi buhardilla pasamos muchas noches jugando rápidas. Por la mañana tenía que dar clases y acudía medio sonámbulo. Era un un hombre muy culto, enamorado de la ópera, de la música clásica, de la zarzuela… Lo volví a ver en Benasque, unos meses antes de que muriera. Lo invitaron porque él había ganado una vez el Open. Charlé con él, estaba ya muy desmejorado.
Es verdad que no controlaba a veces sus impulsos. Por ejemplo, recuerdo una partida en la que hizo una combinación de mate, pero el alfil que daba el mate estaba clavado. Entonces lo movió y me dijo: «Mate». Yo cogí mi torre, le comí el rey y le dije: «Contramate». Y él: «Eres un gilipollas. No voy a volver a jugar más contigo». Tenía ese tipo de salidas, pero no era mal tipo.
En estas décadas, habrás conocido a muchos más personajes.
Timman, por ejemplo. Vino a algún torneo y estaba solo en Madrid, no conocía a nadie. Todavía mucha gente no hablaba inglés. Era muy majo. Le invité a cenar a mi buhardilla. Recuerdo que había que subir 115 escalones.
También traté mucho a un gran maestro peruano, Henry Urday. Le invité también a cenar a casa y me dijo algo muy sensato: «Si a los 30 años no he llegado a los 2600, me retiro del ajedrez, me dedico en Perú a algo lucrativo». Y creo que lo hizo, porque ya no se oye hablar de él. Es uno de los pocos ajedrecistas lúcidos que he conocido. También recuerdo a Ciocaltea, que por cierto murió en un torneo en el que yo estaba jugando, Manresa 1983. Tuvo un derrame cerebral mientras se duchaba. Lo encontró su mujer.
Has estado en muchos clubes de ajedrez, todos ellos desaparecidos. Parece que los vas enterrando tú, aunque llevas muchos años en La Didáctica.
Me fui a La Didáctica porque era el más cercano a mi casa. Allí jugaba muchas horas con Estrada, con Martínez Lizárraga… También iba Manuel de Agustín, que siempre se ponía furioso conmigo. Yo sabía cómo sacarle de sus casillas. Le decía: «Este hombre viene a por mi calderilla». Se ponía furioso. «No digas esas tonterías». También recuerdo a Gorbea, muy querido para mí. Había muchos personajes entrañables. Es lo que más echo en falta. Los jugadores entonces eran seres humanos, polifacéticos, que en sus ratos libres jugaban al ajedrez.
Recordemos a Pablo Morán, por ejemplo.
Lo traté bastante en Benasque. Me mandó una postal unos meses antes de fallecer. Me había invitado a Oviedo. Un hombre muy amable, de la vieja usanza, gran escritor. Eran hombres enamorados del ajedrez que tenían ideas sobre la literatura, el cine, la ciencia. Estrada, por ejemplo, tiene ideas muy asentadas sobre los procesos sociales. Eran gente que, aparte del ajedrez, tenía una cosmovisión.
«Ahora lo que se ve es gente que solo sabe de ajedrez. Gente con la que no puedes tener mucho contacto, porque no puedes hablar con ellos de casi nada»
René Mayer
Otro: Joaquín Pérez de Arriaga.
Ahora está muy mayor. Me orientó un poco cuando escribí ‘El Cuadrado Mágico’. Era un enamorado del ajedrez, pero con una profesión aparte. Trabajaba en Price-Waterhouse, empresa americana de auditoría. También gran amante y conocedor de la música clásica, y una autoridad de la historia del ajedrez. Descendiente del músico Arriaga. Estas personas han ido desapareciendo y ahora lo que se ve es gente que solo sabe de ajedrez. Gente con la que no puedes tener mucho contacto, porque no puedes hablar con ellos de casi nada.
Damos un salto en el tiempo, vamos a Benasque 87.
(René quedó empatado con varios MIs y un GM en el primer puesto del torneo.)
Fue Gil Reguera quien me indicó que Benasque estaba muy bien, empezaba a sonar por ahí… Y allá nos fuimos tú y yo con Manolo Ferreiro y Olaf. Benasque fue un descubrimiento desde el punto de vista físico, porque me sentía revivido ahí, el aire, la montaña, después de los calores de Madrid a principios de julio. Y estaba en plena forma, tuve suerte también.
Tuviste un poquito de suerte en el emparejamiento de la última ronda, pero también ganaste a algún maestro, como Sánchez Almeyra.
Sí, fue la época en que mejor jugaba al ajedrez, del 87 al 89. En Andorra ese año alcancé mi mayor Elo (2265), y después ya fue el declive, sobre todo porque no soy de preparar partidas. Nunca me lo he creído mucho y siempre he sabido que el ajedrez era un hobby.
Me gustaban bastante las rápidas, aunque no las jugaba bien, porque el tiempo lo administro mal. En rápidas he ganado a algún maestro de estos, Komljenovic, por ejemplo.
¿Cómo se lo tomó?
No tan mal, pero su compañero Lalić… «¡Eres tonto, le tenías ganado!».
Se supone que compartían la pasta y se jugaban mucho en cada torneo.
Muchos maestros han vivido entre grandes estrecheces, en aquellos años era normal. Siempre me pareció que ser ajedrecista profesional era una tomadura de pelo. Es el único deporte en que no hay una federación que te proteja. Tú eres maestro y vas de torneo en torneo, te las apañas como puedes, empiezas con mucha fuerza, ya te va faltando energía, te pones enfermo, eres un hombre acabado.
«Si los padres son listos y dirigen bien al niño, el ajedrez puede ser muy bueno. Ahora, si el padre es educador de rottweilers, como ocurre a veces, pues ya la cosa cambia»
René Mayer
Voy a contarte una anécdota que leí en un libro de Jean-Claude Carrière, que fue guionista de Buñuel. Se llama ‘Contes philosophiques du monde entier’. En uno de los relatos cuenta la historia de un rey de Oriente que se aburre muchísimo y envía a sus emisarios por el reino a que encuentren a alguien que sepa hacer algo realmente único, que solo ese hombre pueda hacer. Los emisarios buscan durante meses y al final encuentran a un experto en enhebrar agujas. Lo llevan ante el rey, enhebra sin error muchas veces seguidas, el rey se admira y le dice a su ministro: «Dad a este hombre 100 monedas de oro y 100 bastonazos». Y el interesado pregunta: «¿Por qué 100 bastonazos?». «Las 100 monedas de oro son para recompensar tu pericia. Y los 100 bastonazos para castigarte por haber perdido tanto tiempo con semejante tontería». Y entonces yo me digo: ¿El ajedrez no tiene algo de eso?
Últimamente te has especializado en torneos de veteranos. Hay gente que solo quiere jugarlos porque no hay niños. ¿Tú lo ves así?
Sí, cuanto menos niños, mejor. Me gusta el ambiente más relajado y los niños son tan competitivos… Es una pena, porque el ajedrez en sí es bueno para los niños. Desarrolla una serie de virtudes. Lo que más me gusta del ajedrez para un niño es que le obliga a tomar decisiones responsables y aceptar las consecuencias. No hay muchas actividades que ofrezcan eso. Si los padres son listos y dirigen bien al niño, el ajedrez puede ser muy bueno. Ahora, si el padre es educador de rottweilers, como ocurre a veces, pues ya la cosa cambia.
¿Cómo ves el ajedrez actual y a dónde crees que va?
El ajedrez ha ido cambiando a medida que la informática ha invadido la existencia de los tiempos modernos. El golpe mortal ha sido internet. Recuerdo que en el 73 yo manejaba un Spectrum. Los programas de ajedrez eran ridículos, muy malos. Pero poco a poco fueron mejorando. Otro ejemplo: cuando yo empecé a jugar era frecuente aplazar las partidas. Entonces se ponía uno a analizar con los amigos, cenabas y después volvías a jugar la aplazada. Ahora, con los módulos, eso no es posible. Cuando yo empecé, a principios de los 60, ¿cómo te entrenabas? Mirabas partidas, analizabas una apertura… Cuando habías analizado 10 o 15 variantes, a veces equivocándote al volver atrás las jugadas, te cansabas y lo dejabas. Ahora das al botón y el maestro que te acompaña, la fuerza de silicio, analiza por ti.
Pero ahora se juega mejor…
El juego es más perfecto, pero yo añoro los tiempos en que había más improvisación, más psicología, más sorpresas. El ajedrez era más fresco. Me pregunto: ¿Compensa el progreso técnico cuando en el camino se van dejando valores importantes? A mí, menos progreso y más humanidad me habría gustado más. Jugar al ajedrez hoy en día todavía es placentero, porque lo juegan seres humanos con sus flaquezas, con sus errores…
Una de las cosas que han cambiado mucho es el análisis post-partida. Últimamente casi no se hace, porque la gente se va a buscar el móvil. La opinión de su rival no le interesa.
La sociología del ajedrez ha cambiado totalmente. Antes era un juego social. Hoy en día, incluso en los torneos, lo es mucho menos. Suelo ir a La Didáctica los sábados, donde hay torneos de ocho minutos. No conoces a nadie, prácticamente no hablas con nadie. Los jóvenes están a lo que están. Es un poco descorazonador.
Otro tema: las trampas.
No me quitan el sueño. En proporción con el número de jugadores, muy poca gente hace trampas. El que las hace, se engaña a sí mismo, porque el placer de jugar está en el desafío intelectual y la incógnita del resultado.
¿Y el ajedrez femenino?
Ahora hay muchísimas más mujeres, juegan mucho mejor, obviamente. Esas teorías de que no servían para el ajedrez no son convincentes. Las mujeres valen perfectamente para el ajedrez, igual que los hombres. Ahora, sí creo que influye que en el pasado los hombres fueran cazadores y las mujeres no; este ‘reflejo’ se ha transmitido socialmente.
(Quien conozca bien a René habrá notado que no hemos tocado un aspecto muy importante de su vida: las publicaciones. René ha sido y es colaborador frecuente en revistas y blogs de ajedrez, además de haber publicado cuatro libros sobre composiciones (estudios y problemas). Lo cierto es que el tema es tan amplio que merece una entrega aparte, que esperamos ofrecer pronto.)
Antes de marcharte, te quiero pedir un favor