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Inauguramos esta sección, en la que cualquiera puede participar, siempre que su mensaje sea respetuoso. Damas y Reyes no tiene por qué compartir las ideas expresadas por los lectores, ni será este un criterio para decidir la publicación.
¿La maestría y el verdadero espectáculo del ajedrez no residen, precisamente, en la estrategia y el profundo entendimiento que cada jugada, cada partida y cada torneo nos ofrecen? ¿La preocupante tendencia mediática a buscar un espectáculo en cada partida no desvirtúa la profundidad y complejidad del ajedrez? ¿El verdadero valor del campeonato actual no se encuentra en la oriental riqueza cultural y personal de los jugadores, más allá del espectáculo? No sobra recordar que para estar sentados hoy en Singapur, retador y campeón, eliminaron a todos los occidentales en franca lid.
En el actual campeonato, las raíces culturales se están manifestando de manera sutil pero significativa. El jugador chino —formal, humilde y respetuoso—, hijo de una cultura que valora la paciencia y la armonía —con las que ya ganó al impulsivo Ian Nepómniashchi el ultimo campeonato—, quizá opta por estrategias de largo plazo y construye su juego —la totalidad del torneo— con movimientos meticulosos y pensados, donde cada partida puede ser, para él, apenas un movimiento.

Por otro lado, el joven jugador indio —retador ceremonioso y elegante—, y quien bien puede presentar un enfoque flexible y adaptable, capaz de responder a las cambiantes dinámicas del juego con una profunda comprensión táctica: proviene de una cultura rica en historia y filosofía.
Estas diferencias, que al parecer aún no se entienden desde Europa y Norteamérica, extrañas y ajenas al occidental efecto Magnus, no solo enriquecen el torneo y el ajedrez, sino que también ofrecen una visión más profunda de la intersección entre cultura y estrategia.El ajedrez, como la astronomía, la ciencia o la investigación; es tiempo y es paciencia.
El ajedrez, como la astronomía, la ciencia o la investigación, es tiempo y es paciencia.
En definitiva, las tradiciones chinas e indias están influyendo (entre otras tantas órbitas de la vida) en la forma de jugar ajedrez —tampoco podemos olvidar que de allá proviene—, es así que la paciencia y la estrategia de largo plazo pueden predominar debido a su herencia cultural. Que el jugador joven puede ser más innovador y arriesgado, pues ni lo uno ni lo otro, el mayor innovador ha sido el campeón pero, sin arriesgar, confía más en su experiencia y conocimiento para tomar decisiones más prudentes. El ajedrez, como la astronomía, la ciencia o la investigación, es tiempo y es paciencia.
Quizá el torneo se está jugando como una gran partida continua: como parte de una narrativa más amplia, donde las estrategias y movimientos se interconectan a lo largo del torneo —y no en una sola partida—, reflejando la complejidad y profundidad del ajedrez mismo.

No son siempre las artimañas y sus probables consecuencias inmediatas las que nos afectan, es contestar sin detenernos a observar el tablero de la vida, su complejidad y su totalidad.
Finalmente, en medio de esta riqueza cultural y personal, se hace necesario recordar a algunos apasionados comentaristas —más preocupados por el espectáculo y sin control sobre los juicios, los impulsos y los deseos— y quienes buscan transformar el torneo, que el ajedrez no es un show de consumo masivo ni es un carnaval ni es fútbol; es una disciplina que exige respeto por su profundidad y complejidad. Aquellos que buscan un show constante deben entender que el verdadero espectáculo del ajedrez reside en la maestría, la estrategia y el profundo entendimiento del juego que cada partida nos ofrece.
Carlos Alberto Muñoz C.