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El escritor presentó en Madrid su última novela: «Frank Marshall: Caballo de plata, monedas de oro»
El pasado miércoles, José Luis Torrego (Segovia, 1967) presentó en Madrid su última novela: ‘Frank Marshall: Caballo de plata, monedas de oro’. Oficiamos como escuderos Andrés Tijman, como editor (La Casa del Ajedrez), y este cronista, no tan humilde como debería. Hubo una buena asistencia, el autor estuvo elocuente y todo acabó en un bar cercano, donde se siguió hablando de ajedrez más de la cuenta.

Por supuesto, Torrego explicó la versión que ofrece en su libro de la legendaria historia de las monedas de oro, cuando juega una partida tan brillante que los espectadores, entusiasmados, arrojan dinero sobre el tablero. Lo cierto es que el sacrificio de dama con el que Marshall remata la lucha es uno de los movimientos más brillantes de la historia. Sería un pecado no aprovechar para recordar la partida:
Andrés Tijman, conciso y a la vez elocuente, explicó la apuesta que hacen con este libro, distinto a los otros que editan, porque no es solo de ajedrez y no es solo una novela. Pero hoy el protagonismo es para el autor, por lo que todos los entrecomillados que siguen son declaraciones de José Luis Torrego. La presentación de su libro tuvo lugar en la librería Juan Rulfo, de Madrid. Es posible que tratemos demasiado bien al autor, pero recordemos que es uno de los miembros de la ilustre lista de colaboradores de Damas y Reyes. Volvamos al libro.
La jugada más bella
«Muchos ajedrecistas piensan que la jugada más bella que ha existido nunca es ese Dg3 final», cuenta Torrego. «Se jugó en Breslau, que era una ciudad de Prusia y ahora es de Polonia. El placer estético de los espectadores fue tan grande que la leyenda cuenta que empezaron a caer monedas de oro sobre la mesa. Yo busco lo verosímil y lo real. Encontré mil versiones y estaba casi seguro de que lo que cuento tuvo que ser algo parecido a lo que pasó».
«Investigué quién es este Stefan Levitsky y era un tipo que tenía un gran talento, pero como había nacido en la estepa siberiana no lo había podido desarrollar, porque no tenía con quién jugar. Encontró un mecenas, que lo llevó a San Petersburgo y empezó a jugar. Creían que iba a ser el sucesor de Chigorin y apostaron por su victoria sobre Marshall. Mi idea es que esas apuestas acaban cayendo sobre la mesa, por el placer estético de haber visto ese movimiento».

«De hecho, el que pierde la apuesta dice: da igual lo que haya perdido, yo podré decir que estuve cuando Marshall hizo Dg3 y eso es absolutamente mágico». «Cuando lo cuento me emociono. Es como T.S. Eliot cuando, delante de la Piedad de Miguel Ángel, cayó y lloró. Es el síndrome de Stendhal. La gente no entiende que tú puedes sentir eso también ante un movimiento de ajedrez. Hay un placer estético en el ajedrez, igual que en la pintura, en la escultura y en la música. Y este fue uno de los movimientos más increíbles que han sucedido en la historia».
Caballo de plata
El caballo de plata, cuenta el autor, «era como un amuleto que le acompañó toda su vida». «Lo llevaba colgando en la faltriquera, con una cadena. Pero también alude a que ‘caballo’ en inglés es ‘knight’, que también significa caballero. Marshall era un caballero, un caballero de plata, porque no llegó a ser campeón. Jugó contra casi todos, pero no llegó nunca a tener el campeonato. Se quedó en la plata. Sin embargo, cuando ya parece que se acababa su vida, se le rescata como capitán del equipo olímpico americano y en la década de los 30, Estados Unidos, con él de capitán, gana cuatro medallas de oro olímpicas seguidas. En uno de ellas, además, él mismo ganó la medalla de oro al segundo tablero».
Por qué un libro sobre Marshall
«Yo no me pondría a escribir un libro histórico. Me gusta leerlos para tener conocimiento, pero ya me pasó con ‘Tres peones en séptima’. Había un tipo de libro que a mí me gustaba leer y que no acababa de encontrar. Lo más parecido que yo había visto era ‘La novela de ajedrez’ de Stefan Zweig, o ‘La defensa Luzhin’, de Vladimir Nabokov, pero yo quería que saliese ajedrez, que se sintiera cómo era estar ante una partida. Los que sabemos de ajedrez disfrutamos viendo partidas emocionantes y ninguna novela me había transmitido eso. Aparte, el ajedrez tiene el aspecto competitivo. Se ha llegado a decir que es el deporte más violento que existe, y además tiene el aspecto artístico».

«El placer estético del ajedrez está muchas veces en que, como es tan lógico, parece que siempre dos y dos tienen que ser cuatro, y de pronto encontrar algo que va en contra de toda lógica, donde sacrificas todo el material, atenta contra cualquier cálculo. Es como en la partida de Marshall, en la que, perdiendo la dama aparentemente de forma gratuita, provoca un placer estético, como cuando a un niño le están haciendo magia. Todo eso combinado es lo que yo quería hacer aquí».
Retrato de una época
«También quería contar cómo es la vida de un ajedrecista antes y después de un torneo. Sobre todo, la época que vive Marshall, en los comienzos del siglo XX, cuando el ajedrez lo organizan grandes burgueses, nobles, en balnearios y grandes casinos como Monte Carlo u Ostende. El mismo zar de Rusia, el emperador Francisco José… Son los últimos años del gran imperio que parecía eterno. Yo lo comparo con la época de Miguel Ángel, Leonardo y Rafael. Todo eso acabó. El ajedrez se convirtió en una actividad muy deportiva, en el coto de un estado poderoso que subvencionó a los ajedrecistas. Se produjo arte, pero ya era otra época. La de los ajedrecistas acompañando como artistas a la nobleza o a las grandes cortes terminó».
Historia de amor
«Yo cuando su viaje de novios, porque la historia de amor es preciosa. Él acaba de ganar el gran torneo de Cambridge Springs, con todos los grandes ajedrecistas de la época. Y queda primero, estando el campeón del mundo. Aparece en todos los periódicos, es el héroe americano. En ese verano, vuelve a jugar otro torneo en América, también lo gana, y hay una recepción en Nueva York. Es una boda de unos amigos y allí él ve a una muchacha. Va directo hacia ella y al poco de conocerla, le dice: ‘Voy a decirle a tu madre que me voy a casar contigo’».
«Fue como un ataque contra el rey. A los pocos meses, él se va a jugar un torneo, vuelve, y tiene apalabrado que va a venir a Europa a principios de enero a jugar un match con Janowski, con el que juega como 87 partidas en su vida, una de las mayores rivalidades de la historia, hasta que llega la de Kasparov y Karpov. Esa misma noche se declara, y ella dice: «Muy bien, cuando vuelvas», y él responde: «No, tiene que ser ahora. Me quiero ir de viaje para Europa. Ahora o nunca, porque voy a salir para París y te tienes que venir conmigo». Él tiene 26 y ella 17. Son jovencísimos. Se presentan en casa de los padres diciendo que se van, que se han casado, porque él lo tenía todo preparado, se casan en secreto y se van a Europa».

«Luego, ella lo acompaña toda la vida, y le apoya, y es la que le da ideas como dar simultáneas y crear el club de ajedrez. Y eso es una historia única en el ajedrez. Pocas veces un ajedrecista ha tenido una mujer acompañándolo toda la vida y apoyándolo en la creación de sus actividades. Estuvieron juntos siempre».
Marshall, un ajedrecista único
«Frank Marshall da muchísimas gracias al ajedrez por todo lo que le ha dado en la vida. No conozco a otro igual. Steinitz, campeón del mundo, acaba muriendo en un manicomio, Lasker muere en la pobreza, Alekhine en un hotel de Estoril, en estado de ebriedad casi permanente. Y este hombre fue feliz. Amó el ajedrez y amó la vida, no fue incompatible. Y fue capaz de llevarlo hasta el final. Y además, jugaba sin renunciar a la parcela de competición, echándose al barro hasta el final en partidas donde casi no había esperanza. No se rendía y salvaba muchas partidas que todos pensaban que estaban perdidas. Lo llamaban el embaucador, porque siempre era capaz de encontrar un recurso. En ese barro siempre buscaba diamantes, buscaba la belleza y, de hecho, se pasó la vida ganando premios de belleza».
«Marshall fue un héroe de principio a fin, además de un caballero. La imagen que dio en Europa de América la han dado pocas figuras. Le respetaban en todas partes. Los aficionados le adoraban, le querían por donde iba, y él se entregaba a ellos. Teniendo ya bastante edad, batía los récords del mundo de simultáneas. Cuando Capablanca jugaba contra 50, él lo hacía contra 100 y luego contra 151, récord mundial. Y además en esas partidas volvían a aparecer combinaciones maravillosas».
«’Marshall es Marshall, hemos venido aquí a verlo y esto es lo que queremos ver’, decían los aficionados. Pocos ajedrecistas se entregaron tanto. Recorre el país por diferentes clubes, crea su club, el club Marshall, que es quizás el más mítico de la historia del ajedrez. Todavía existe, en Manhattan. Lo crea en un restaurante. Dos días a la semana, les dejan una sala. Luego acaba teniendo hasta accionistas y compran un edificio entero, donde está la sala del club y el apartamento donde viven ellos. Y allí se forman la mayoría de los jóvenes que luego van a jugar las Olimpiadas».
Se dijeron muchas más cosas en la tarde-noche del miércoles, pero si te sigue interesando Frank Marshall, lo mejor es que saltes al libro de una vez.
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Federico, el nivel periodístico del ajedrez tiene en ti un caballero de oro.
🙂