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Yago Gallach escribe sobre el genial Savielly Tartakower, con motivo (como si hiciera falta) del aniversario de su nacimiento, en 1887.
«Lo que realmente le hizo excepcional fue su fascinante personalidad. Si Tartakower participaba, el torneo tenía vida y color». Hans Kmoch.
Si lo lees mañana, un día como ayer, pero en 1887, nació Savielly Tartakower en Rostov del Don, Rusia (en el seno de una familia judía de raíces polacoaustriacas).
Seguro que habrás leído su nombre de diversas maneras, porque le pusieron el nombre así, espero (no he visto el libro registral): Савелий Григорьевич Тартаковер. Y eso significa que cada uno lo va a transliterar como le da la gana: para mi prima Lena sería Savieli Grigórievich Tartakóver, pero pensamos que no habría tenido mucho éxito, sobre todo porque a la gente le gusta colocar consonantes y vocales que no suenan (o no suenan como se escriben) para que el resto lo diga todo mal y así poderse reír un rato. Sólo son bromas, dicen. Bromas para liar un poco.

También dicen que Savielly tenía un gran sentido jajaizante y que podría haberse ganado la vida como humorista. De hecho, en una encuesta perpetrada entre mis círculos ajedrecísticos —entre los que cohabitan abogados («¡No pierdas el juicio [posicional]!»), ingenieros («¡Cuidado con la estructura!»), etcétera diverso en el que caben escolares (para quienes todo es posible: ¿le puedo dar jaque acercándole mi rey con Re5+?)—, sólo se le recuerda por sus ocurrencias, que ya es algo.
Sin embargo, con los aforismos, las citas y sus traducciones también ocurre lo mismo que con las transliteraciones, que cada quien los adapta como mejor le parece (o recuerda). Voy a tratar de ser lo más fiel posible a mis hiperbólicos recuerdos y a mis fuentes, aunque puedo equivocarme, claro.
Es posible que algunos de sus golpes de ingenio los hayas leído ya (o pienses que se deberían atribuir a otra persona… a mí me sucede continuamente eso con Einstein), pero si te encuentras en una reunión social y no recuerdas ninguna posición de Loyd con la que torturar un rato a tus compis, siempre puedes colorear la conversación tirando un poco de tartakowerismos (sobre todo si ha habido errores —que los ha habido—, pues era un experto en ellos):

«Siempre es mejor sacrificar las piezas del adversario».
«Erro, ergo sum».
«Del ajedrez, ese juego de cálculo por excelencia, forman parte la suerte, la suerte y la suerte».
«El enroque es el primer paso hacia una vida ordenada».
«Un peón aislado inunda todo el tablero de melancolía».
«Si no existieran los herrores habría que inventarlos». (Ey, que lo escribió sin hache. Pues eso, se ha inventado. Además, cuando recites este aforismo, dilo sin hache).
«Los errores siempre están ahí, agazapados, esperando a que alguien los cometa».
«Táctica es lo que se hace cuando hay algo que hacer. Estrategia es lo que se hace cuando no hay nada que hacer».
«Alguna parte de un error es siempre correcta».
«Sólo un jugador fuerte sabe cuán débil es su juego».
«La partida de ajedrez tiene tres fases: en la primera tratas de conseguir ventaja; en la segunda, de consolidar esa ventaja; en la tercera, comprendes que estás perdido».
«Todo ajedrecista debería tener una afición».
«Nunca se ha ganado una partida abandonando».
«Las victorias morales no cuentan».
«Si arriesgas, puedes perder. Si no arriesgas, ya estás perdido».
«Cualquier apertura es buena si su reputación es suficientemente mala».
«Se dice que una onza de sentido común pesa más que una tonelada de variantes».
«Quien mejor juega en un torneo obtiene siempre el segundo puesto. Gana siempre quien tiene más suerte».
Y la última canción del concierto, la que todo el mundo estaba esperando:
«En ajedrez gana quien comete el penúltimo error».
Dedicado a toda persona que practica la vida y el ajedrez con humor (la vida es un poco mejor entre risas), y en especial al Club de Ajedrez Gestalguinos, un grupo que practica el jajadrez como modo de existencia y subsistencia (como se demostrará el día en que se hagan públicos sus boletines internos, como los de aquella épica temporada en que hubo cuórum para que se denominase: Ascender o desaparecer. El Géstal sigue vivo, de modo que ya sabes qué ocurrió al final).
Foto: Tartakower en Nueva York (1924), en una partida contra Edward Lasker. Wikipedia.
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