Boris Spassky, durante la sesión de simultáneas en Granada. Yo estoy sentado al lado de los gemelos Rubén y Alejandro Domingo

El día que Spassky hizo trampas (a otro tramposo)

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Boris Spassky nos ha dejado a los 88 años. Fue el décimo campeón del mundo, un ajedrecista universal y un caballero en el tablero, salvo quizá una vez. Ocurrió en Granada, en 2008…

Boris Spassky, décimo campeón del mundo, falleció el jueves en Moscú a los 88 años. Puedes leer en ‘El Mundo’ mi obituario. Más allá de su calidad técnica, el gran maestro nacido en Leningrado hizo alarde durante toda su carrera de una deportividad extrema. Su caballerosidad salvó su duelo contra Bobby Fischer en 1972, pero hay una pequeña historia, insignificante, en la que el bueno de Boris Vasilievich hizo trampas. Nunca había escrito sobre ello, en parte porque yo tampoco salgo bien parado.

Siempre pensé que esperaría a la muerte de Spassky para contar lo que ocurrió en la tarde del 3 de abril de 2008 en Granada. El excampeón del mundo hizo trampas a un tramposo, que era yo, así que se habrá ganado sus buenos cien años de perdón. Por otro lado, la historia del ajedrez estaría incompleta sin él. No solo fue un enorme ajedrecista, de carrera espectacular, en competiciones individuales y por equipos, sino que su generosidad fue esencial para que otro mito culminara la suya. Fischer nunca le pudo devolver todo lo que debía al ruso. Lo que ocurrió en Granada no hará ni un arañazo a la memoria de Boris Spassky. Ha llegado el momento de desclasificarlo del todo.


Cartel del IX Open de Semana Santa San Vicente del Raspeig

En 2008 yo trabajaba para la sección de Cultura de ABC y me enviaron a cubrir el Hay Festival de Granada. En la mañana del 3 de abril, asistí a un encuentro con Francisco Ayala. El escritor, que entonces tenía 102 años, dejó frases y anécdotas para el recuerdo. Casi todos titulamos con la misma cita: «Estoy harto De Francisco Ayala». Por la tarde, nos esperaba otro gigante, Umberto Eco, en un encuentro algo más privado con un pequeño grupo de periodistas.

Creo que fue antes de comer cuando una de las personas que llevaban el departamento de Prensa del festival me comentó que, esa tarde, Boris Spassky ofrecería una sesión de simultáneas y que había quedado un asiento libre. Conocían mi afición y me ofrecían en bandeja una oportunidad única. Por supuesto, los horarios se solapaban y una partida así no se resuelve en media hora. Estaba en una encrucijada.

La página del día siguiente estaba reservada en su mayoría a Ayala, pero Eco ocuparía un buen «despiece» en la edición de Madrid. Lo bueno es que tendría tiempo para escribir ese segundo texto. Lo malo es que faltaba el don de la ubicuidad. Después de intensas negociaciones con mi conciencia, la persona de Prensa me ofreció llevar mi grabadora al encuentro con Eco y grabarlo todo, para que luego yo pudiera transcribir la charla y escribir con ese material mi crónica. En una falta de profesionalidad sin precedentes en mi carrera, decidí aceptar.

Partida contra Spassky

No te pueden echar dos veces del mismo sitio ni juzgar dos veces por el mismo delito, así que lo cuento ahora, todavía avergonzado y temeroso del juicio del lector. El caso es que me senté a jugar contra el gran Boris, con la cabeza un poco en otro sitio, que no es la mejor manera de practicar el ajedrez. La apertura fue regular, porque nunca he estudiado bien ni las pocas variantes que juego. Fue una Caro-Kann, cuyas sutilezas conocía mucho mejor mi rival, por supuesto.

A mi favor solo tenía un factor: Spassky tenía entonces 71 años y su energía no era la misma que en los años sesenta y setenta. Con solo una pequeña desventaja posicional, pero con la partida todavía viva, ocurrió algo insólito, el quebranto de la regla más sagrada del ajedrez. Después de hacer su jugada número 22, el ruso pasó al siguiente tablero, donde también efectuó su movimiento, luego al siguiente y, después de unos pocos saltos más, se quedó pensando, antes de regresar a mi posición, lo que ya se salía definitivamente del protocolo.

La prueba del delito, la plantilla de mi partida contra Spassky
La prueba del delito, la plantilla de mi partida contra Spassky

Spassky farfulló algo, ni si quiera recuerdo en qué idioma, y rectificó su movimiento de peón. Volvió a pensar durante algunos segundos, en los que yo me quedé petrificado y decidió mover un alfil. En realidad, ninguna de las dos jugadas era la mejor. Su mejor opción para conseguir ventaja era d5.

Pero lo importante no era eso. Yo no me podía creer lo que acababa de ocurrir, pero… ¿qué le dices a un señor que ha sido campeón del mundo? ¿Le recuerdas las reglas? Hace poco, el maestro internacional Juan Reyes me comentó que en la cultura rusa no está mal visto rectificar una jugada si el maestro que da las simultáneas no ha completado aún la vuelta al «ruedo». Yo no había visto algo así nunca, pero quién sabe. Quizá los lectores sepan algo más sobre esta sutileza del reglamento.

El caso es que el propio Spassky no se debió quedar con la conciencia tranquila, porque cuando regresó a mi tablero, hizo una jugada más y me ofreció tablas. Fue mi segundo dilema del día. Yo quería seguir jugando. No estaba mejor ni en situación de luchar por la victoria, pero lo que más deseaba era apurar aquella oportunidad, aunque acabara perdiendo, a ser posible después de 40 o 50 movimientos. Cual Pepito Grillo, Umberto Eco me susurraba al oído que aún tenía que escribir sobre él para ABC. Así que le di la mano a mi rival y le tendí la planilla, para que me firmara el mejor autógrafo de mi vida.

Corrí hacia la sala en la que Eco hablaba con los periodistas, pero llegué tarde. Acababan de salir de allí. Mi cómplice anónima me dio la grabadora, cuya grabación empecé a transcribir minutos después en mi habitación de hotel. Envié la segunda crónica del día, intentando mentir lo menos posible y, en todo caso, por omisión.

Epílogo

Años después, coincidí en un cumpleaños con uno de mis profesores de Redacción Periodística, el periodista y escritor Pedro Sorela, ya fallecido. A Pedro le encantó el relato y solo me regañó por un detalle: «¡Tendrías que haber enviado esa crónica, no lo que dijo Eco a los periodistas!». Un poco tarde, reparo aquí uno de mis errores de aquel día. Va por Pedro y por Boris, y por la persona que mantuvo nuestro secreto sin delatarme.

Spassky llevaba mucho tiempo alejado de los tableros, por lo que ha salido muy poco es esta página. La última vez, Juga di Prima destacaba que era un «gozador de la vida». Espero reparar esta pequeña afrenta y escribir del gran campeón ruso un poco más en los próximos días.

Si eres de los que prefiere escuchar a leer, esta historia se la relataba ayer mismo a mi amigo Juan Francisco Alonso, experto en viajes y en tantas cosas. No es mala manera de conocer El estrellero.


En la imagen principal podemos ver a Boris Spassky durante la sesión de simultáneas en Granada. Yo estoy sentado al lado de los gemelos Rubén y Alejandro Domingo, muy batalladores. En un momento dado, uno de ellos ofreció tablas y el ruso, siempre tan ingenioso, respondió: «Sí, parece la típica posición de tablas… ¡Jaque mate!». Foto: EFE / Juan Ferreras


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