Vicente Moral posa con un tablero para Luis Barona, en el Festival Internacional Gran Hotel Bali

Muere a los 102 años Vicente Moral, el segundo ajedrecista más viejo del mundo

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Luis Barona debuta como colaborador de Damas y Reyes con un texto brillante, pero triste, el obituario de Vicente Moral González. Es emocionante leer las palabras del jugador nacido en 1923 sobre el único ajedrecista más viejo que él en el mundo, Manuel Álvarez. Es duro conocer los golpes sufridos en el largo siglo en el que Vicente dejó su impronta de bondad.

Los lectores quizá recuerden la entrevista a Vicente Moral publicada en Damas y Reyes en 2023. Hoy es Luis Barona quien asume una labor mucho más ingrata, escribir sobre su amigo fallecido. Lo que sigue es suyo:


Don Vicente Moral González (1923-2025): más de un siglo de resiliencia, optimismo y milagros cotidianos

Confidencias por carta postal

Conocí a Vicente en el año 2023, a las puertas de su centenario. Contactó conmigo para venir a jugar el torneo de ajedrez que se celebra todos los años en el Gran Hotel Bali de Benidorm. Las comunicaciones fueron siempre vía «carta postal» y llamadas a «teléfono fijo». Vicente ha visto cambiar el mundo mucho a lo largo de su longeva vida, pero mucho. Siempre quiso estar al día con todo, pero la tecnología actual ya lo superaba.

Era todo un placer recibir sus cartas manuscritas. La última, escrita ya con 101 años, me sigue sorprendiendo por su letra firme y excelente redacción. Me enamoraron los halagos y seguimiento que hacía de la trayectoria de su ídolo ajedrecístico, Don Manuel Álvarez (hoy a punto de cumplir 104 años). Probablemente, Manuel desconoce que tenía un admirador ajedrecístico centenario como él. Les comparto una imagen de un fragmento de una de sus cartas.

Carta manuscrita enviada por Vicente Moral a Luis Barona, en la que habla de Manuel Álvarez
Carta manuscrita enviada por Vicente Moral a Luis Barona, en la que habla de Manuel Álvarez

Pronto surgió entre nosotros una relación especial, con algunas confidencias, las cuales incluyeron compartir conmigo sus ‘Memorias’, todo un honor que le agradezco mucho. Su lectura me hace sentir que mi vida es sosa y aburrida en comparación con la suya. Su resistencia y optimismo es una lección de vida.

Tras dos meses de este verano pasado sin llamadas ni cartas de Vicente, un día, cuando me dí cuenta del tiempo transcurrido, le llamé a su domicilio; el teléfono fijo parecía no operativo. Mi preocupación creció y contacté con su sobrino Alfredo, el cual me comunicó que Vicente marchó de este mundo el pasado 21 de agosto. Un gran golpe que habrá que superar siguiendo el ejemplo optimista de Vicente.

Vicente disputó las dos últimas ediciones del Festival del Gran Hotel Bali, como una figura deportiva referente, todos querían conocerlo y hacerse una foto con él. La organización le otorgaba un trofeo por su ejemplo deportivo y recibía el cariñoso y clamoroso aplauso de todos los presentes en la ceremonia de clausura. Recuerdo una persona le preguntó: «Díganos qué desayuna, por favor», en clara alusión a su edad y fortaleza. Vicente respondió con simpatía que desayunaba cosas normales, galletas… y, cuando se podía, unos deliciosos churros. Probablemente el secreto está en su actitud y no en el desayuno.

Las ‘Memorias‘ de Vicente Moral

Las memorias de Vicente Moral González, escritas con lucidez cuando cumplía 100 años, son un testimonio excepcional de un siglo de historia española, marcado por la guerra, la dictadura, la pérdida y la superación, pero sobre todo por una inquebrantable fe en la vida y una sorprendente cadena de «pequeños milagros».

Vicente Moral, con Luis Barona, en el torneo que organiza el primer en el Gran Hotel Bali de Benidorm. Foto: FMB / Damas y Reyes
Vicente Moral, con Luis Barona, en el torneo que organiza el autor del artículo en el Gran Hotel Bali de Benidorm. Foto: FMB / Damas y Reyes

El relato comienza con uno de esos momentos mágicos que definirían su carácter. En 1934, con solo 11 años, Vicente encontró en una playa de Castro-Urdiales una moneda de 25 céntimos, un «real», que para él era una fortuna. Obcecado, volvió al día siguiente guiado por una corazonada, levantó una roca que le llamó la atención y, efectivamente, allí estaba otra moneda idéntica. «Fue un milagro», afirma aún hoy con asombro. Ese instante de suerte inexplicable se convertiría en una metáfora de su vida: una existencia donde la perseverancia y un optimismo a prueba de bombas brindaron ayuda frente a los giros inesperados del destino.

Nacido en Mataró en 1923 en el seno de una familia modesta, su vida dio un vuelco cuando su padre, Silvano Moral, sargento del ejército, obtuvo por oposición el cargo de jefe de policía y prisiones de Castro-Urdiales en 1928. Allí, Vicente vivió una infancia feliz y protegida, hasta que la Guerra Civil española lo arrancó de esa placidez. Su padre, un militar profesional sin una filiación política clara, fue movilizado por la República y ascendió a comandante de artillería. Su actitud humana (como cuando salvó a un coronel nacionalista de una ejecución sumaria) demostraría ser crucial más tarde.

Falsa acusación de asesinato

Tras la caída de Santander en 1937, su padre fue detenido y acusado falsamente de un asesinato. Fue el coronel al que había salvado quien, apareciendo en el momento justo, intercedió por él, salvándole la vida y permitiéndole reincorporarse al ejército nacional, aunque con un rango inferior, un «castigo» por su servicio previo.

Vicente Moral, fotografiado por Luis Barona
Vicente Moral, fotografiado por Luis Barona en el Festival Gran Hotel Bali

La familia, reunida, inició entonces un periplo por guarniciones militares: Segovia, donde Vicente, con 14 años, tuvo su primer trabajo en una fábrica de anís; y Almería, la provincia más pobre de una España devastada, donde ambos, padre e hijo, trabajaron para los Tribunales de Responsabilidades Políticas del régimen franquista. Vicente, además, estudió por las mañanas y se graduó como Perito Mercantil con unas notas brillantes que aún recuerda con orgullo: «Dos notables, siete sobresalientes y tres matrículas de honor».

Tras una estancia en Melilla, el sueño de la familia se materializó en 1949: Madrid. La capital les abrió las puertas de un futuro mejor. Vicente, ya con 26 años, empezó desde abajo, con trabajos mal pagados, hasta que en 1955 un contacto de su padre le abrió las puertas de la construcción de la Base Aérea de Torrejón para una empresa estadounidense. El salario, de 6.500 pesetas, era una fortuna que transformó su vida. Le permitió casarse en 1957 con Amelia Jiménez, el gran amor de su vida, y empezar una prometedora carrera en el sector farmacéutico, primero en Laboratorios Vekar y luego, desde 1962, en Parke Davis, donde ascendió a gerente de contabilidad y forjó una trayectoria de 18 años hasta el cierre de la filial en 1980.

Pobreza y posguerra

En su relato de itinerancia por ciudades, comenta en diversas ocasiones la ruina y miseria que se vivió en la España de la posguerra. Compartieron pisos con varias familias en las distintas ciudades que le tocó vivir, un tanto hacinados, muchas de las ciudades devastadas por la guerra, con un altísimo índice de analfabetismo en la población y enfermedades contagiosas, más la subsistencia dependiendo de las cartillas de racionamiento y, en su caso, con la fortuna del economato, al cual su padre podía acceder. Vicente afirma en sus memorias: «Vivíamos una vida fácil». Sin lugar a dudas, un punto de vista optimista, aunque verdad es que en aquellos tiempos tener trabajo, comida y acceso a estudios no era lo más común. Y aunque tuvieran que recorrer más de tres kilómetros para llegar a la escuela, afirma que no era un problema tampoco. Hoy, me parece que nos quejamos por todo tras repasar sus ‘Memorias’.

«Hay un médico que dice que este juego prolonga la vida», comentaba Vicente

Pero la vida también le reservó golpes terribles. Perdió a su madre por cáncer en 1956, a su padre en 1967 y, el más duro, a su esposa Amelia en 1993, tras una larga y agónica lucha contra un cáncer. Vicente lo dejó todo para cuidarla las 24 horas durante casi cuatro años, una experiencia de soledad y dolor que relata con una crudeza conmovedora. «Sufrí una gran tristeza… Fue una sorpresa dolorosa esa falta total de apoyo».

Vicente cuenta que siempre estuvo volcado hacia los demás en todo lo que hiciera falta. Quizás esto sea un ejemplo más de que en esta vida hay que hacer el bien sin esperar nada a cambio, porque esa espera puede ser «dolorosa», como él bien relata. Vicente resistió y siguió con su larga vida adelante.


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Para superar el duelo, viajó por medio mundo y se refugió en su otra gran pasión: el ajedrez. Un juego que empezó a cautivarle en 1943 pero al que se dedicó en serio tras la muerte de Amelia, ganando trofeos en 19 torneos en las tres décadas siguientes, los últimos como reconocimiento por ser el jugador más longevo. «Hay un médico que dice que este juego prolonga la vida», comenta Vicente con una sonrisa velada entre líneas.

Sus memorias también abordan las sombras: graves reveses económicos, como una estafa filatélica que le hizo perder 40.000 euros y la decisión de no invertir en su pensión, que lastró sus ingresos en la vejez. Don Vicente hacía bueno su apellido, Moral, y sorteó estos golpes.

A través de sus recuerdos, emerge el retrato de un hombre que, pese a las adversidades, nunca perdió su optimismo esencial. «Soy una persona optimista… nunca dejaré que se consuma mi perspectiva principalmente positiva de la vida». Vicente Moral González, con más de un siglo de vida, es un ejemplo de resiliencia, una vida extraordinaria tejida con los hilos de la historia de España y la firme creencia en que, a veces, levantar la roca correcta puede revelar un pequeño milagro.

Por último, una reflexión: si llegar a centenario es una bendición o una maldición, pues hay que ser como Vicente para soportar el perder a tantos de los tuyos durante el camino de una larga existencia y poner todo el foco en los aspectos buenos de la vida (quizás Vicente sea el protagonista contemporáneo de la canción de la película ‘La vida de Brian’, del grupo de comedia inglés Monty Python, con el título «Siempre mira el lado brillante de la vida»).

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Todas las fotos son de Luis Barona, salvo la imagen en la que aparece con Vicente Moral


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4 comentarios en “Muere a los 102 años Vicente Moral, el segundo ajedrecista más viejo del mundo”

  1. Luis Ferrer Montilla

    Gran lección de vida, la que nos enseñó Vicente Moral, como ejemplo, tanto en su vida personal, cómo también, ajedrecista. No tuve la suerte de conocerlo, pero a través de este magnífico articulo de Luis Barona, ha servido para saber algo más de este buen hombre.
    PD. Luis, yo también tuve la suerte de jugar contigo, allá por Enero de 1996, en el grupo XVI CANDIDATOS, en como tú muy bien dices, aquellos maravillosos años del Ajedrez Postal, con nuestras tarjetas de tan grato recuerdo.
    Me alegro haber vuelto a saber de ti, deseando que te encuentres bien, te envío un cordial saludo.

    1. Qué bueno tener noticias tuyas después de tres décadas. ¡qué sensación de volar el tiempo!
      Espero que vaya todo bien por ahí y que sigas disfrutando del ajedrez. Yo llevo años derivado hacia labores organizativas y apenas compito, eso sí, raro es el día que no caen algunas rápidas por Internet.

    1. Hola Jesús, cuanto tiempo !! Cómo añoro aquellos tiempos que jugábamos por carta postal y ¡qué jóvenes éramos! Ha llovido mucho. Fue una modalidad maravillosa del ajedrez. Con qué emoción abría yo el buzón en mi casa.
      Gracias por tus palabras. Vicente Moral fue y será un ejemplo para todos nosotros … yo de mayor quiero ser cono él 😉

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