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A los 13 años, el último Nobel de química era el segundo mejor ajedrecista del mundo sub 14. Luego creó AlphaGo y Alpha Zero, sus primeros avances en la Inteligencia Artificial, que ahora utiliza para cambiar nuestras vidas
No tardaremos demasiado en ver una película sobre Demis Hassabis, un genio de la Inteligencia Artificial que acaba de ganar el Premio Nobel de Química, junto con David Baker y John Jumper, por sus contribuciones al diseño computacional de proteínas. Hay que tener una mente única para abandonar el ajedrez cuando eres el número dos del mundo. A los 13 años, solo Judit Polgar tenía más Elo que este niño prodigio, que supo que su destino no era ser gran maestro. Hassabis eligió la ciencia y tardó un poco más en conseguir el reconocimiento, lo que por supuesto no es su objetivo vital.
Demis Hassabis tenía 2300 puntos Elo cuando dejó el ajedrez, 35 menos que la más pequeña de las hermanas Polgar, quien dos años después lograría el récord como el gran maestro más joven de la historia, superando a Bobby Fischer. Esta historia la conocen casi todos los aficionados al ajedrez. Lo que hizo después Hassabis pertenece a otro territorio, menos sabido y, reconozcámoslo, más grande que el tablero. Ademas del ajedrez, el británico es un maestro en multitud de juegos. Ha ganado 27 medallas de oro, 16 de plata y 10 de bronce en las Olimpiadas de Juegos Mentales. En este enlace se pueden ver todas las especialidades que domina; es gran maestro en cinco de ellas.
Este londinense nacido hace 48 años empezó en el mundo de los videojuegos, donde podía haberse hecho rico. A los 17 ya había diseñado Theme Park, un juego de simulación sobre la creación de un parque de atracciones que se vendió por millones. Lanzó otros títulos, pero no dejó de estudiar a la velocidad a la que lo hace casi todo. Se graduó en Ciencias de la Computación en Cambridge, se doctoró en Neurociencia Cognitiva en Londres y siguió dando pasos de gigante, ya casi siempre en búsqueda de la inteligencia artificial, en el MIT y en Harvard.
Hassabis estudió el cerebro, el humano y el de las máquinas, llevando a este último a conseguir hazañas que hasta entonces parecían imposibles. En 2010 fundó DeepMind, que cuatro años después compró Google por más de 500 millones de euros. En esta empresa fue donde Demis volvió a coquetear con el ajedrez y, de algún modo, lo cambió para siempre.
Primero lanzó AlphaGo, un juego en el que hasta ese momento los mejores humanos eran todavía imbatibles. El tablero del go es más grande que el de ajedrez y el número de jugadas posibles era aún menos manejable para los ordenadores. Hassabis modificó el modo en el que piensan y, casi veinte años después de la derrota de Kasparov contra Deep Blue, su ingenio logro vencer al campeón de Europa primero y al del mundo después. Hasta ese momento, el surcoreano Lee Sedol parecía imbatible.
La evolución natural fue Alpha Zero, que causó sensación cuando derrotó a Stockfish: por la contundencia del resultado y por la originalidad de sus jugadas, con sacrificios increíbles sin compensación a corto plazo. AlphaZero es la primera máquina de ajedrez que no ha aprendido de nosotros y que, por tanto, carece de prejuicios inculcados. Es una máquina sin Dios (Hassabis es lo más parecido o su profeta), que aprende de sí misma y de su observación, de su propia e insustituible experiencia, aunque esta se construya en unas pocas horas. Nadie le dijo que la Tierra es plana y, sin idea preconcebida alguna, descubrió enseguida que es redonda, lo que a nosotros nos llevó siglos.
Ningún maestro le contó a AlphaZero que la torre vale más que el alfil. Por eso no dudaba en preferir el segundo si su intuición, nacida de la experiencia, le decía que en determinados circunstancias eso es lo más práctico. El gran maestro humano también lo comprende a veces, pero tiene que luchar más contra sí mismo y las reglas aprendidas. AlphaZero no tiene reglas que romper y, por tanto, esos arrebatos de rebeldía le salen de manera más natural.
AlphaZero fue una vuelta a la intuición, al arte por encima de las matemáticas. Consciente de que el número de posiciones posibles es inabarcable, considera absurdo contar de forma obsesiva las estrellas y prefiere escribir poemas sobre ellas. De algún modo, tener un telescopio más limitado mejora su comprensión del universo. Es una paradoja maravillosa.
La herencia de Hassabis en el ajedrez
Hassabis abandonó el proyecto de seguir mejorando Alpha Zero, aunque nos dejó a su hija pequeña, Leela Chess Zero, de código abierto, que juega casi igual de bien que Stockfish en equipos mucho más ligeros. El científico se centró en cosas más importantes que el ajedrez, aplicó sus descubrimientos sobre las redes neuronales en otros campos y acaba de ganar el premio Nobel.
Es fácil rastrear sus progresos, averiguar cómo ha cambiado también la ciencia y ha revolucionado lo que puede hacer la inteligencia artificial. Crear máquinas capaces de pensar y de soñar al margen de nuestros caprichos mal implantados también da un poco de miedo, incluso en sus manos. Vladimir Kramnik, que lo conoce bien, le desea que cumpla su sueño de ganar un segundo Nobel.
Demis Hassabis no necesita más reconocimiento, solo colaboración, dinero y tiempo. Por su parte, en su deseable larga vida ojalá mantenga intacta la serenidad para aceptar lo que no puede cambiar, valor para modificar todo lo que sí puede cambiar y sabiduría para entender la diferencia.
Antes de marcharte, te quiero pedir un favor