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El ajedrez es el deporte más inclusivo que existe. Albert Oliveira, que tiene menos de un 10% de visión, nos cuenta cómo juega sin tocar su tablero auxiliar
El ajedrez es un deporte único. Un jugador ciego puede enfrentarse a otro vidente y darle una paliza. Sobre el tablero, se entiende. A mí me ha pasado. No se puede decir que juegan en igualdad de condiciones, pero la desventaja puede ser compensada.
En el abierto de San Vicente del Raspeig me fijé en las partidas de tres jugadores ciegos, en distinto grado. Después de la última ronda, hablé durante unos minutos con Albert Oliveira, que tiene menos de un 10% de visión. Me contó que se quedó casi ciego con 17 años. «Luego he ido perdiendo un poco más, por la edad, como todo el mundo».
Lejos de desanimarse, Oliveira siguió jugando y llegó a convertirse en un aficionado muy fuerte. Todavía conserva un Elo respetable, de casi 2000 puntos. Su forma de jugar al ajedrez es peculiar, para alguien que, como mucho, ha jugado (pobres ensayos) jugar a la ciega, que no es lo mismo que jugar con los ojos cerrados.

Al contrario que otros ajedrecistas invidentes, Oliveira no utiliza las manos, aunque sí un tablerito auxiliar. Él juega de memoria y recurre al tablerito para ver un porcentaje algo menos exiguo, ya que su campo de visión es muy reducido. «Ni siquiera puedo ver entero mi tablero», confiesa. Apenas alcanza a distinguir sus piezas, pero no las del contrario, al menos las que siguen en las primeras filas.
Por ese motivo, se plantea usar un tablero aún más pequeño. En realidad, la visión es un leve refuerzo, porque él juega «de cabeza». Lo difícil es «tener presentes las piezas propias y ajenas». «Las más alejadas son las más peligrosas. Las diagonales son lo que más me cuesta. Los ataques lejanos me cuestan algunos puntos».

Con esos condicionantes, es importante «estar entrenado y fresco». «Si no, te cuelgas cosas». No creo que nadie ponga en duda el mérito que tiene jugar de esta manera.
Junto a Albert, en San Vicente juegan otros dos jugadores invidentes, Miguel Arnedo (1837) y Gavril Draghici Flutur (2039). Al segundo lo había visto también en el Campeonato de España de Veteranos y me consta que tiene gran experiencia internacional. Él sí recurre en ocasiones y toca su tablero auxiliar, pero pasa largos ratos erguido, pensando su jugada, también de memoria.

Miguel es mucho más joven. Nacido en Madrid con una lesión congénita, él sí mantiene sus manos casi todo el tiempo sobre el tablero auxiliar. Son tres formas de jugar completamente distintas, complementarias, en cierto modo hermosas. No importa el grado de oscuridad. El cerebro se abre paso en la penumbra y comparte una experiencia universal, un lenguaje que se entiende en cualquier lugar.
Fotos: Federico Marín Bellón / Damas y Reyes
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Damas y reyes, ¡Excelente por todo! Muchas gracias.
Gracias, Daniel.
¡Buen artículo!
¡Muchas gracias, JF!