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Juan Ramón Jerez despide al maestro canario, que también ejerció como investigador y divulgador
A menudo, los grandes hombres no son famosos. Apolonio García del Rosario escribió libros, impartió clases y fue un divulgador e investigador incansable. Gracias a su pasión tardía, que descubrió un poco por obligación, o por encargo, demostró que un mal jugador también puede ser más importante que el gran maestro más brillante. Apolonio ha muerto a los 74 años, pero sus enseñanzas perviven en incontables ajedrecistas. Él encendió la llama del ajedrez educativo, no solo en nuestro país, sino en el mundo, sobre todo en el de habla hispana.
Juan Ramón Jerez López, dueño y director de la empresa Ideas Deportivas Canarias –si necesitas libros o material de ajedrez la tienda Mundochess es una referencia–, lo conoció bien y ha escrito unas líneas sobre el maestro de maestros. En su caso esta no es una expresión vacía ni un tópico derramado por descuido; además de instruir a miles de alumnos, descubrió que enseñando a los profesores a enseñar ajedrez podía llegar mucho más lejos y más rápido. Lo que sigue se lo debemos sobre todo a Juan Ramón, que amablemente las ha cedido a Damas y Reyes.
Apolonio Domingo García del Rosario no sabía nada de ajedrez cuando fue destinado al colegio Generalísimo Franco de Arucas, en Gran Canaria. Corría el año 1975, precisamente, y el director del centro, Juan Francisco Hernández Hernández, era otro entusiasta que había enseñado a todo su colegio a jugar al ajedrez. De ahí salieron los hermanos Padrón, entre los que destacan José y Mari Pino; ambos llegaron a ser campeones de España absolutos. Otro de los hermanos, Juan, también fue un fortísimo ajedrecista, ganador de dos Torneos Internacionales de El Corte Inglés, un clásico del calendario canario.
En Arucas, García del Rosario recibió el encargo de enseñar ajedrez y no le quedó más remedio que empezar a tientas, como sus primeros alumnos, pero pronto empezó a formarse y a descubrir, fascinado, que nuestro juego es una excelente herramienta educativa que, bien aplicada, puede ser útil prácticamente en todas las asignaturas. Con el tiempo, y ya a medio camino de convertirse en un experto, presentó en el CEIP Mar Pequeña un proyecto en educación en el área de Promoción, Ordenación e Innovación Educativa del Gobierno de Canarias.
Cuenta Juan Ramón Jerez que Apolonio trabajaba ya en el ajedrez de forma globalizadora o transversal, un concepto hoy muy conocido pero entonces revolucionario. En opinión del emprendedor y monitor, Apolonio García es el padre del ajedrez educativo en el mundo.
«Conocí a Apolonio Domingo en el CEIP Mar Pequeña allá por 1993», recuerda Jerez. «Él peinaba entonces los 44 años, mientras que quien escribe rozaba los 29. Me había invitado a un aula específica que tenía exclusivamente en el centro para impartir ajedrez. Era maestro de ‘Sociales’ y el Gobierno canario lo habían liberado doce horas semanales para hacer frente al proyecto ‘Ajedrez en el aula’. De esto hace ya 30 años».
Apolonio García y el ajedrez transversal
Jerez cuenta cómo eran sus clases: «Por ejemplo, si los niños tenían inglés, se daban las clases de ajedrez en inglés. Recuerdo que un día le dio la vuelta al mural en plena clase y le preguntó a un alumno: ‘Ángel, ¿de qué color es la diagonal que va de h2 a b8?’, y el alumno contestaba: ‘Negra’. Así hacía con varios alumnos y diferentes preguntas, donde estos respondían satisfactoriamente. Recuerdo que me llamó la atención que las operaciones aritméticas como la suma, resta, multiplicación y división se hacían con piezas de ajedrez en vez de números, obviamente dándole un valor a cada pieza por la conocida escala de valores que manejamos los ajedrecistas».
Otro rasgo de Apolonio Domingo era su entusiasmo contagioso, con el que lograba implicar a toda la comunidad escolar. «Madres y padres se encargaban de la confección de la ropa para el ajedrez gigante y todas las personas del centro colaboraban para realizar diferentes actividades, como las exhibiciones de partidas vivientes en la plaza de Santa Ana de Las Palmas de Gran Canaria y en las instalaciones de El Corte Inglés», rememora Jerez.
Una vez coincidieron a menudo. Hace más de veinte años impartieron juntos un taller dirigido al profesorado de un colegio de Tenerife. «Apolonio era una de esas personas con las que se disfrutaba (y mucho) compartiendo y enseñando las virtudes del ajedrez, en aquel caso con los docentes. Las últimas charlas escolares en las que coincidimos, hace poco más de dos años, se impartieron en Arguineguín. Ambos fuimos invitados por José María Salazar. Apolonio y yo habíamos realizado el curso ‘Profesores Europeos de Ajedrez’. Una vez más, como tantas otras veces a lo largo de los años, pude compartir con mi amigo nuestra pasión por el tablero y la enseñanza».
De una generación anterior a la llegada de la informática, Apolonio García tenía una mente abierta y también se adaptó a las enseñanzas a través de internet. Incluso creó en Facebook página ‘El ajedrez en la escuela’, que tiene más de 27.000 seguidores. En ella podemos encontrar infinidad de ejercicios que creó de manera desinteresada. Pese a estar jubilado, seguía dando clases en el Centro Cívico Suárez Naranjo, en el barrio de los Arenales, en Las Palmas de Gran Canaria. Lo comentaba estos días con Rosa María Sánchez Benítez, amiga en común y alumna del centro». Apolonio, por cierto, siguió haciéndolo hasta el último día, pese a que sabía que estaba enfermo.
Juan Ramón Jerez se despide de su amigo con admiración: «Hoy en día se conocen las diferencias de los diferentes tipos de ajedrez en la escuela: ajedrez transversal, curso de ajedrez y ajedrez educativo. En la época que comenzó a gestarse todo esto en la isla de Gran Canaria, no se hablaba en estos términos, pero Apolonio, con su trabajo como docente, su investigación y afán divulgador, ayudó a construir el conocimiento que atesoramos hoy sobre el ajedrez educativo. Yo me quedo con ese primer recuerdo de Apolonio, un docente con una gran pasión por el mundo del ajedrez, algo que compartiré siempre con mi querido amigo».
Antes de marcharte, te quiero pedir un favor