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Pocas cosas hay tan subjetivas como la belleza, pero hay competiciones que se disfrutan incluso si el jugador sufre una derrota tras otra. Solo necesita un poco de sensibilidad
El melón lo ha abierto Alexandra Botez, ajedrecista e ‘influencer’ que aseguró en sus redes que la sala de torneos en la que estaba jugando era «la más hermosa» que conocía. La canadiense estaba en el Abierto de Reikiavik, en Islandia, y aunque no tiene la experiencia de Judit Polgar, ha jugado en unos cuantos sitios. Desde el Sunway Chess Festival de Formentera, sin embargo, se apresuraron a corregirla y, de paso, a tirar la caña:
«Puede que sea la sala más hermosa, pero no habrás visto la vista más hermosa hasta que visites nuestro torneo en la isla paradisíaca de Formentera. Tienes una oportunidad el próximo mes, en nuestra tercera edición (9 al 19 de abril)». Viendo el intercambio de mensajes, sano e inofensivo, surgió la idea de buscar otros escenarios de categoría. Sería injusto no recordar que bajo estas líneas se anuncia el Abierto de San Vicente de Raspeig, que empieza en unos días en Alicante, otro lugar donde se dan la mano el ajedrez y el turismo de primer nivel.
Hecha la cuña publicitaria, sigamos con el debate. Alexandra Botez se refería al emblemático edificio Harpa de la capital islandesa, una conocida sala de conciertos y conferencias. Este fue su mensaje:
Y aquí podemos ver las vistas que disfrutan los participantes del festival de Sunway, en la pequeña isla balear de Formentera:
Por supuesto, los clásicos tienen mucho que decir al respecto y algunos reivindican la Sala de Columnas de la Casa de los Sindicatos, en Moscú, donde no tienen playa, pero sí una arquitectura impresionante. En sus paredes resuenan los ecos de algunos de los duelos más elevados que ha dado el ajedrez, al menos dos de ellos protagonizados por Anatoly Karpov: contra Viktor Korchnoi en 1975 y contra Garry Kasparov en aquel eterno Campeonato del Mundo frustrado por Florencio Campomanes; empezó en 1984 y ni siquiera llegó a terminar en 1985.
Sin salir de la capital rusa, no menos imponente es el Tchaikovsky Concert Hall, donde David Bronstein y Mijail Botvinnik se jugaron el título en 1951. Todavía impresiona ver esas multitudes alrededor de un tablero gigante, operado por un ser humano que sufría los apuros de tiempo más aún que los jugadores.
Hay otros torneos que han pasado a la historia por su interés deportivo, pero que nunca tendrán cabida en esta clasificación. No los mencionaremos porque siempre se ofende alguien. En realidad, tiene más mérito organizar una gran competición en un lugar feo, o con pocos atractivos turísticos, donde hay que llevar a las estrellas con otros argumentos.
Luego hay sitios como el Marshall Chess Club, en Nueva York, entre cuyas paredes también se respira un poco de historia. La ventaja del lugar es que luego puedes salir a pasear por las calles de Manhattan. Algo recargado para mi gusto, pero de una belleza espectacular, es el Central Chess Club de Moscú, una sede ahora mismo vedada para los turistas, pero que quizá el futuro se pueda visitar sin los inconvenientes actuales. Recuerdo un artículo en ChessBase en el que aseguraban que es el club más bonito del mundo.
En España, hubo división de opiniones en el Torneo de Candidatos que tuvo lugar en Madrid hace dos años. El Palacio de Santoña es un lugar fantástico, pero quizá no era el más adecuado para una competición de ajedrez de ese nivel. Fue muy difícil, por ejemplo, evitar que el suelo crujiera cuando los jugadores paseaban por la sala, en la que por otra parte no cabía el público. Los participantes también se quejaban de los ruidos de las cañerías, cuando alguien tiraba de la cadena en los pisos de arriba. En uno de ellos estaba la sala de prensa.
Espero que la lista os haya gustado, aunque por supuesto habrá omisiones de todo tipo. Animo a los lectores a enviar sus propias propuestas sobre los lugares más bonitos donde se juega al ajedrez. Si llegan las suficientes, dará para una nueva entrega.
Antes de marcharte, te quiero pedir un favor