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El escritor y periodista presentó ayer en Madrid su nuevo libro, ‘Más cuentos, jaques y leyendas’
Es imposible elegir una sola historia. «Me preguntan mucho y cada vez digo una distinta», confiesa Manuel Azuaga, que ayer presentó en la sede de Ajedrez con cabeza el libro ‘Más cuentos, jaques y leyendas’ (Editorial Renacimiento). Esta continuación feliz de sus primeros relatos es una demostración del arte de contar historias relacionadas con el ajedrez, un juego afilado que impregna de blanco y negro las disciplinas más dispares con la misma facilidad que atraviesa el tiempo.
Pedro Vicente, director de la escuela que da cobijo a la presentación, dice que su favorita es la tragedia de Mark Taimanov. «El tipo fue vilipendiado en la Unión Soviética después de perder 6-0 contra Bobby Fischer», cuenta Azuaga. Le prohíben tocar el piano y jugar al ajedrez. Menos mal que luego Bent Larsen también perdió 6-0. Fue su mejor abogado. Investigando sobre su vida, descubro que fue también una especie de Joselito de la URSS. Con diez años sale en una película como las de Marisol. Todo el pueblo cantaba su canción, que fue casi un himno soviético. Se hizo famoso de la noche a la mañana. Nunca fue campeón del mundo, pero fue un personaje extraordinario y un gran pianista».
«Quién iba a pensar que Humphrey Bogart era bueno al ajedrez. También me encanta la historia de Enrique Morente, que jugaba con Paco de Lucía. Hablé con Estrella Morente y es una maravilla». Tampoco está nada mal el dilema de Petrosian y Geller, a quienes les gustaba la misma chica. Le pidieron que se decidiera y ella dijo que se quedaría con quien ganara el siguiente torneo. «Ganó Petrosian y estuvieron juntos toda la vida, aunque luego ella confesó que si hubiera perdido, igualmente lo habría elegido a él».
Qué decir de las vidas de las grandes jugadoras: Vera Menchik, Pia Cramling, María Teresa Mora, Elizabeta Bykova… «Han sido pioneras en la lucha por la igualdad en el tablero. Y muchas han sido olvidadas aunque tienen unas historias fascinantes y muy tristes».
«Vera es la Simone de Beauvoir del ajedrez. La gran pionera del ajedrez femenino. Hay una anécdota que explica mucho. Un maestro, Maroczy, ve sus dotes. En 1929 la invitan en Carlsbad, un torneo muy importante, donde hubo mucha resistencia a que jugara. Un austriaco, Albert Becker, dice que si alguno pierde contra ella pasará a ser miembro del club Vera Menchik. Vera pierde la primera partida. Y la segunda. En la tercera juega contra Becker, que por supuesto se convierte en el primer miembro del club creado por él. Ella es campeona del mundo y gana a grandes jugadores, como Marshall, y hace tablas con Capablanca. Jugaba al mismo nivel que ellos, pero su vida termina en tragedia. Lo dejamos ahí…».
Más triste aún es la vida de Rubinstein, quizá, o la de Miguel Najdorf, un jugador que nació dos veces, la segunda en Buenos Aires, donde jugaba la Olimpiada cuando Hitler invadió su Polonia natal. Con todas ellas se podrían escribir películas y series enteras. «A Frank Marshall le dieron por muerto durante varios días porque pensaban que estaba en el Titanic, donde se habían inscrito el señor y la señora Marshall. Resultó que era una pareja que usó el apellido para ocultar una infidelidad».
También está Bobby. «Todas las buenas historias de ajedrez empiezan y terminan, de algún modo, en Fischer», asegura Azuaga. Incluso la suya sirve de ejemplo. Manuel trabajaba en un banco, pero un día renunció a su enroque de estabilidad para perderse en los tableros, donde baila en las casillas más diversas: radio, artículos periodísticos, televisión, enseñanza… Sus dos libros, camino del tercero, nacieron de una forma peculiar.
Huir del infierno
«Dejé el banco, el infierno, después de 16 años. Tenía un amigo también periodista, Roberto, que hacía radio y televisión, y le dije: vamos a hacer algo de ajedrez. Al día siguiente empezamos el programa de radio, que tenía una sección que se llamaba ‘Cuentos, jaques y leyendas’ y era la que más me gustaba porque me obligaba a documentarme. Me acostaba a las tres de la mañana investigando. Luego doy un salto de caballo al ‘Diario Sur’ y rotulamos así la sección, de la que nace este libro».
Su única limitación es la la maqueta de la doble página en la que vieron la luz por primera vez sus historias, 1.800 palabras. Ahora que se puede uno dar el atracón y leer las 30 historias de su libro, más las otras 30 del primero, Manuel es partidario de tomárselo con más calma. «Recomiendo leer solo uno o dos capítulos al día, en el orden que tú quieras, para que te vayas empapando de esas historias. Como mucho, se puede leer otra más, si no podéis parar, porque son muchos datos, muchas fechas y muchos personajes».